En el prólogo se menciona que «la verdad se impone» y que la poeta encuentra su voz en lo residual y lo imaginario. ¿Cómo definís esa verdad poética y cómo te enfrentás a ella en tu proceso creativo?
Pienso que se trata de una verdad que no es anterior al poema sino que se va armando con el correr de la escritura, se trata de ir ubicando en ese proceso las insistencias: cierto sonido o musicalidad de las palabras, las imágenes que se repiten y van derivando en nuevas formas a las que hay que seguirle el rastro y el ritmo. Me gusta mucho la idea de lo residual, de lo que aparentemente no sirve y queda en los márgenes pero lo tenemos encima. Poder hacer algo con lo que sería ´descartable´ es la potencia de la poesía.
El libro dialoga con figuras como el monstruo de Frankenstein o criaturas de bestiarios míticos. ¿Qué representan estos seres en tu poética? ¿Por qué recurrir a lo monstruoso para hablar de lo humano?
Me acuerdo por ejemplo cuando era chiquita que me daba mucho miedo el increíble Hulk. Tendría cuatro o cinco años, empezaba el programa y me escondía abajo de la mesa pero seguía mirando de reojo, seguía escuchando. La cuestión es que lo que nos resulta monstruoso – nunca es lo mismo para todos- nos causa rechazo pero a la vez nos sigue convocando. En el caso de este poemario, creo que lo que fue apareciendo es el miedo a estar ocupando siempre un mismo lugar: uno repetido, gastado…cómo eso nos va atravesando y carcomiendo. Lo divertido fue ir encontrando algunas figuras como animalitos dañinos, que molestan pero en realidad tampoco tienen tanto alcance. La poesía te permite desamarrar algo de ese entramado tan predecible y monótono en el que nos vamos moviendo.
Por otro lado, está también lo verdaderamente terrible y atemorizante que es lo que generamos y venimos proyectando como especie: consumo exacerbado, violencia, hambre, basura.
Muchas imágenes del libro remiten a la infancia, desde los «guardapolvos almidonados» hasta el «primer amor preverbal». ¿Qué papel juega la memoria infantil en tu escritura? ¿Es un refugio, un cuestionamiento o ambos?
La infancia siempre es parte, es inevitable esa marca. No diría un refugio, quizás un tiempo que sigue estando vigente y al que le podemos seguir haciendo preguntas. Lo que me resulta interesante es que suele darse en forma involuntaria, sin forzamientos aparecen recuerdos que quizás no sabíamos que estaban ahí y que tienen su riqueza si encontramos cómo traducirlos al poema.
Se habla de un «balbuceo poético» y de una voz «torpe, fragmentaria». ¿Cómo trabajás esta hibridez en tu poesía, y qué desafíos o libertades te brinda?
La libertad de experimentar con el lenguaje es muy placentera y la poesía es un campo ideal para deformar, enrarecer y trastocar palabras o formas de decir demasiado cristalizadas. Una especie de trastorno del lenguaje, la fuerza poética está en trastornar un poco esos términos que vienen con sus sentidos estancados.
Por otro lado, me da mucha satisfacción llegar a dar con cierto vocabulario que me es ajeno, que no forma parte del bagaje que uso al hablar; cuando por ejemplo irrumpen determinadas palabritas que tienen un significado por lo general no muy conocido. También el hecho de bancarse lo fragmentario e incompleto me parece fundamental, me gusta potenciarlo en un decir a medias o en un decir que sugiere pero que no intenta pedagogizar ni explicarlo todo: lo importante siempre es generar más deseo y fuerza vital. Eso lo que me producen la lectura y escritura, especialmente cuando son compartidas.
El nombre Amabelia aparece como un alter ego poético. ¿Cómo surge este heterónimo y qué significados oculta o revela en tu obra?
En el prólogo se lo propone como un alter ego y esa idea tiene mucho sentido, Amabelia es como el esqueleto de lo que atraviesa casi todo el poemario. En ese nombre están fusionados los dos de pila de mi mamá y, en ese poema, se vuelven flores difíciles de manejar: necesitan cuidado y ternura pero también hay que encontrarles la vuelta para que no se tornen invasivas, aprender a desmalezarlas, ponerlas en su lugar. Lo interesante -más allá de o biográfico- es encontrar de qué forma se pueden ir plasmando esos vicios, esas fijaciones que todos tenemos en el poema…y en este caso se terminaron volviendo criaturitas.
Describís la incomodidad como algo que «perturba y después alivia». ¿Creés que la poesía debe incomodar al lector para ser efectiva? ¿Cómo buscás ese equilibrio entre lo perturbador y lo bello?
Esa es otra cuestión que se señala en el prólogo y que comparto porque lo primero que perturba la poesía es el lenguaje, eso puede ser lo que incomoda y quizás lo que no la haga tan accesible. Y sí, creo que la poesía y la literatura debe incomodar en algún sentido (gramatical, simbólico) para que despierte algo novedoso, algo que antes no estaba y entonces va a tener su razón de ser. Al escribir y como lectora, más que sentirme identificada con un personaje o con determinado verso, lo que espero es tener esa sensación de ´no lo habría podido pensar o decir en estos términos´. El equilibrio entre lo perturbador y lo bello creo que está en lo ambivalente e incompleto, en no pretender decirlo todo ni ser demasiado explícita.
En Criaturitas imperfectas, elementos cotidianos como flores, palabras y cuerpos se convierten en metáforas profundas ¿Cómo encontrás poesía en lo común y lo cotidiano?
En una curiosidad por el lenguaje primero, en lo fascinante de explorar las miles de formas de decir y tratar de captar alguna que pueda traernos algo singular. Y segundo estando disponible, buscar un detenimiento de la vorágine diaria si es que se quiere generar alguna torsión -a través de la escritura- a eso tan familiar y cercano que es la propia experiencia.