Modos de Ver – John Berger. Capítulo 1

Modos de ver – John Berger

I.

La vista llega antes que las palabras. El niño mira y ve antes de hablar.

Pero esto es cierto también en otro sentido: la vista establece nuestro lugar en el mundo circundante. Explicamos ese mundo con palabras, pero las palabras nunca anulan el hecho de que estamos rodeados por él. Nunca se ha establecido de forma estable la relación entre lo que vemos y lo que sabemos. Todas las tardes vemos ponerse el sol. Sabemos que la Tierra gira alrededor de él. Sin embargo, el conocimiento nunca se adecua completamente a la visión. El pintor surrealista Magritte comentaba esta brecha constante entre las palabras y la visión en un cuadro titulado «La clave de los sueños».

Lo que sabemos o creemos afecta el modo en que vemos. En la Edad Media, cuando se creía en la existencia física del infierno, ver fuego significaba algo muy distinto de lo que significa hoy. Sin embargo, esa idea del infierno se nutría también de la visión del fuego, del poder de las llamas y las cenizas, y de la experiencia de las quemaduras.

Cuando se ama, la vista del ser amado tiene un carácter de absoluto que ninguna palabra o gesto puede igualar, salvo, a veces, el acto de hacer el amor. Pero el hecho de que la vista llegue antes que el habla no implica que sea una reacción mecánica. Solamente vemos aquello que miramos. Y mirar es un acto voluntario. Como resultado, lo que vemos queda a nuestro alcance, aunque no necesariamente al de nuestro brazo.

Nunca miramos solo una cosa; siempre miramos la relación entre las cosas y nosotros mismos. Nuestra visión está en movimiento constante, aprendiendo siempre, girando alrededor de sí misma, constituyendo lo que está presente para nosotros según lo que somos.

Poco después de poder ver, somos conscientes de que también podemos ser vistos. El ojo del otro se combina con nuestro ojo para dar plena credibilidad al hecho de que formamos parte del mundo visible.

Si aceptamos que podemos ver una colina, postulamos al mismo tiempo que podemos ser vistos desde ella. La naturaleza recíproca de la visión es más fundamental que la del diálogo hablado. Muchas veces, el diálogo es un intento de verbalizar esto, de explicar cómo, metafórica o literalmente, «vemos las cosas» o «nos ven».

Todas las imágenes a las que se refiere este libro son de factura humana. Una imagen es una visión recreada o reproducida. Es una apariencia separada del lugar y del momento en que apareció por primera vez, y preservada durante un instante o siglos.

Toda imagen encarna un modo de ver. Incluso una fotografía. Porque las fotografías no son un registro mecánico puro: cada elección del encuadre, cada disparo, implica una elección entre muchas posibilidades. Esto es válido incluso para la más espontánea de las instantáneas familiares. El modo de ver del fotografo se refleja en su elección del tema. El del pintor, en sus marcas sobre el lienzo o papel.

Nuestra percepción de una imagen depende también de nuestro propio modo de ver. Una figura puede pasar inadvertida o captar toda nuestra atención por razones personales. Las imágenes se hicieron al principio para evocar lo ausente. Luego se comprendió que podían sobrevivir al objeto representado, mostrar su aspecto y cómo fue visto por otros. Con el tiempo, se reconoció también que la visión del hacedor de imágenes formaba parte del registro. Así, una imagen es también un registro del modo en que alguien vio a otro.

Desde el Renacimiento, en Europa, existe una conciencia de la individualidad y de la historia. Ningún otro tipo de reliquia o texto puede ofrecer un testimonio tan directo de lo que rodeó a otras personas en otras épocas como una imagen. Las imágenes son más precisas y ricas que la literatura en ese sentido.

Cuando se presenta una imagen como una «obra de arte», se la mira de una forma condicionada por un conjunto de suposiciones aprendidas sobre el arte: sobre la belleza, la verdad, la forma, el genio, la civilización, el gusto. Muchas de estas suposiciones ya no se ajustan al presente y oscurecen el pasado, en lugar de aclararlo. Mistifican.

El pasado no es algo intacto esperando ser descubierto, sino una relación entre presente y pasado. El miedo al presente mistifica el pasado. Y esa mistificación produce una doble pérdida: las obras parecen innecesariamente remotas, y el pasado deja de ofrecer conclusiones ú-tiles para actuar.

Cuando «vemos» un paisaje, nos situamos en él. Si «viéramos» el arte del pasado, nos situaríamos en la historia. Cuando se nos impide verlo, se nos priva de esa historia. ¿A quién beneficia esta privación?

El arte del pasado se mistifica porque una minoría privilegiada inventa una historia que justifique su posición. Esta mistificación es inevitable mientras el pasado se use para sostener una jerarquía que ya no tiene sentido.