Descripción
Cuando Nora me avisó que su texto teatral Nunca es siempre había ganado el primer premio en un concurso, me llené de alegría; pero a la vez, sabía que una distinción para esa obra –donde, cuando y como fuese– era algo inevitable.
Invité a Nora al taller La dramaturgia como expedición en plena pandemia. Todos sabíamos que Nora Oneto era una actriz impresionante, pero durante esa breve experiencia compartida le sumamos que, además, era una dramaturga exquisita.
Disfrutamos del proceso de escritura de este texto como se paladea un folletín o una serie por entregas.
Esperábamos ansiosos saber qué había pasado en la semana con ese matrimonio cruzado por la fatalidad. El paisaje desolado y
polvoriento, casi como un lejano oeste local, daba un marco escénico apropiado a la historia. Tanto logra Nora con su
ambientación que sin señalarlo, podíamos escuchar el viento, el chirrido del molino, el tornado amenazante; oler el café, el
perfume a lilas, la manteca resbalando en el pan tostado. En diálogo parco y sutil, es capaz de instalar un mundo con una
economía y una carga poética envidiable. Nora nos llevó de la mano en cada encuentro por esta historia trágica, bellísima,
conmovedora. Su escritura es ejemplo de cómo decir mucho con poquito, cómo mezclar un lenguaje poético en el habla cotidiana,
cómo introducir la fantasía, lo irreal para que lo aceptemos con los ojos cerrados. Ninguna de estas virtudes las aprendió en el
taller. Sólo fuimos facilitadores de lo que ella lleva consigo: Nora Oneto posee aquello que no se puede aprender y que se llama
talento.
Que Nunca es siempre sea su primera obra escrita y publicada, sólo es la muestra inicial de su enorme calidad dramatúrgica.
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