¿Por qué no hablan las sirenas?

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¿Por qué no hablan las sirenas? por Eugenia Straccali. Prólogo por Germán Osvaldo Prósperi. Editorial Prueba de Galera. Año 2019

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Descripción

Prólogo por Germán Osvaldo Prósperi

Será preciso, para comprender la magnitud de la operación lírica que propone este libro, comenzar citando el célebre pasaje del De anima en el que Aristóteles define la especificidad de la voz humana: «no todo sonido de un animal es vos (…), sino que ha de ser necesariamente un ser animado el que produzca el golpe sonoro y éste ha de estar asociado a alguna representación, puesto que la voz es un sonido que posee significación y no simplemente, como la tos, el sonido del aire inspirado» (II, 420b29-421a).

En la Política, por otro lado, Aristóteles establece que, si bien «la voz puede realmente expresar la alegría y el dolor, y así no les falta a los demás animales», sólo la voz humana es capaz de expresar «el bien y el mal, lo justo y lo injusto y todos los sentimientos del mismo orden cuya asociación constituye precisamente la familia y el Estado».

En síntesis, la voz deviene humana cada vez que se profiere un sonido significativo asociado a una representación, es decir cada vez que un flujo de aire resulta articulado en unidades significativas capaces de expresar pensamientos, emociones y sentimientos – sobre todo morales. Y es sobre esta capacidad de comunicar esta clase de valores que se funda la sociedad y la política humanas.

Nos parece que el libro de Eugenia se levanta – o se sumerge – como un grito desgarrado frente a esta tradición antropocéntrica – que es también, por cierto, necesariamente falocéntrica.

Las sirenas no hablan. En efecto, para producir un sonido «humano» hubiese sido necesario que poseyeran alma, puesto que sólo un ser «animado», sostiene Aristóteles, es capaz de tener voz. Sin embargo, leemos en el comienzo de este texto: «no resulta fácil librarse del alma».

La totalidad de los poemas se inscriben en este movimiento de liberación del alma: no ya de lo que en el alma hay de monstruoso o híbrido, sino de lo que la tradición metafísica y teológica ha hecho de ella («el alma – dirá Foucault en una fórmula deliberadamente antiplatónica – es la cárcel del cuerpo»). Y hubiese sido necesario, además de poseer alma, que las sirenas produjesen un sonido articulado y significativo.

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